LOS DRONES DE ANTAMINA VAN A LA CAZA DE LA EFICIENCIA

(Semana Económica) Seis drones ‘robustos’, especialmente diseñados para sobrevivir en la altura, empezarán a sobrevolar la operación de Antamina en Áncash en los próximos meses. Desde lo alto, 120 camiones gigantes CAT y Komatsu serán monitoreados a toda hora. La imagen —cenital y en ultra HD— llegará al circuito cerrado de la empresa y podrá ser vista por cualquier ejecutivo autorizado desde su celular en cualquier parte del mundo. Abajo, a más de 4,300 msnm, nadie controlará los drones en el aire: un sistema será el gran operador de la flota, que no necesitará de una guía humana para desplazarse. Los drones estarán programados para salir automáticamente a dar rondas de supervisión de manera inopinada o por orden de los ejecutivos y las autoridades de la mina, en el momento en que quieran hacer zoom a una determinada zona desde un punto geográfico cercano o a miles de kilómetros de allí. La tecnología instalada y ad hoc para la mina será, entonces, única en el mundo.

El objetivo es simple: la eficiencia. Cada camión tiene un valor de mercado promedio de US$4 millones y carga alrededor de 280 toneladas métricas de desechos o minerales. Que una fila de ellos se quede inmovilizada es dinero detenido en el tiempo. Suena a metáfora, pero no lo es: en una operación como la de Antamina —con un tajo abierto de cuatro kilómetros de largo por dos de ancho— es fácil que esto suceda. La mina tiene sus protocolos. Un camión se encuentra con una retroexcavadora y tiene que permanecer a 50 metros de distancia a menos que sea autorizado a pasar a través de un contacto radial. Imagine las proporciones: un camión tiene llantas de aros de entre 57 y 63 pulgadas, y siete metros de alto que se convierten en 14 cuando eleva su tolva, con lo que alcanza el tamaño de un edificio de tres pisos. La pala que los carga deposita ahí 100 toneladas de material por ‘cucharada’. Cualquier mal cálculo, un retroceso inesperado fuera de los protocolos, puede acabar en un accidente. Y generar tráfico: un atolladero de vehículos de millones de dólares.

“Si hacemos un mejor uso de los equipos críticos y evitamos los tiempos muertos, podemos mover más material con ellos. Eso se traduce en números”, resume José Carlos del Valle, vicepresidente de Finanzas y Administración de Antamina. Poner a volar drones, entonces, no es un artilugio de modernidad: es parte —explica— de esa búsqueda de eficiencias que agarró tracción con la caída del precio de los metales, cuando la industria volvió a tomar consciencia de sus propias limitaciones. Tras el fin del boom, hace dos años Antamina empezó a explorar las oportunidades que le podían otorgar los drones. La tecnología era oportuna —las primeras imágenes mostraron el tajo abierto desde un ángulo nunca antes visto—, pero no suficiente: por la menor densidad del aire, los drones comerciales apenas resistían siete minutos de vuelo y podían distanciarse sólo 50 metros de su punto de partida. Habían dos alternativas: esperar a que la tecnología se desarrolle o impulsar su desarrollo. Antamina eligió la segunda opción. Y empezó a contar su propia historia.

Una tecnología propia

La semana pasada Antamina probó el funcionamiento de su primer dron ad hoc: un equipo construido por la startup qAIRa exclusivamente para la minera bajos sus requerimientos. El dron deja atrás los insuficientes siete minutos y los cambia por media hora de vuelo, permite el control a miles de kilómetros de distancia —y sin necesidad de que un operador esté en la mina— y puede ser programado para que recorra rutas específicas a horas predeterminadas de manera automática. El equipo acaba con las limitaciones de la tecnología comercial ante las condiciones climáticas de San Marcos —el distrito a 200 kilómetros de Huaraz donde está la operación polimetálica— y abre paso a un sistema de supervisión minera único, conformado por seis de estos drones en su primera etapa. En los siguientes meses hasta inicios del 2018, estos reemplazarán uno a uno a los siete drones comerciales marca DJI —valorizados en US$ 2,200 cada uno— con los que Antamina experimentó y descubrió su utilidad en la mina.

“Si ganamos segundos o minutos en el uso de activos, ganamos productividad y eficiencia”, sentencia Rafael Estrada, gerente de Sistemas, Telecomunicaciones y Control de Procesos de Antamina, y artífice del proyecto. Pero el resultado no es sólo numérico: también incide positivamente sobre la seguridad al interior de un tajo abierto de 900 metros de profundidad y en una operación con picos geográficos de más de 4,800 msnm. Ahí donde una pala levanta el material, una cuchilla o ‘torito’ mantiene una distancia medida por protocolo para limpiar y nivelar el terreno, y tiene indicaciones precisas sobre por dónde entrar y salir de la zona de trabajo, y cómo estacionarse para evitar un choque. Los siete drones comerciales que hoy utiliza Antamina ya han demostrado su utilidad para registrar estas actividades y proveer de las imágenes que soportan el feedback que los supervisores de seguridad le dan a los operarios. Dichas imágenes, además, ya se pueden ver en el circuito cerrado y vía streaming a través de una app interna, con clave y token digital para mayor seguridad, desarrollada internamente por la minera.

“Y quién mejor que el propio usuario para identificar el potencial de la tecnología”, dice Estrada. Esa —insiste— es la filosofía del proyecto en Antamina. Así, por ejemplo, el equipo de entrenamiento consideró que podía usar los drones para supervisar qué tan bien centrado iba el cargamento en las tolvas de los volquetes. Entonces siguió a los vehículos, tomó fotografías y videos, y estableció en imágenes la forma correcta de cargado que le permite al volquete utilizar por completo su capacidad de 300 toneladas y no sólo 280 de ellas. Por otro lado, el equipo de seguridad industrial solicitó los drones para monitorear el cumplimiento de las best practices de seguridad “y hoy ellos pueden hacer sus vuelos con la frecuencia y el momento que consideren necesarios”, destaca Estrada. Frente al protocolo que establece que para sobrepasar un camión se requiere de por lo menos 200 metros de línea recta visible, sin curvas ni un vehículo en contra, la ‘visita inopinada’ de los drones tiene el mismo efecto disuasivo de una cámara de seguridad en un semáforo.

Un futuro promisorio

“Desde Suiza he podido controlar el dron que estaba en Lima. Basta con que vuele en una zona con cobertura de Internet”, dice Mónica Abarca, fundadora y CEO de qAIRa, una startup con una historia reciente de premios en innovación y que hoy es financiada por Javier Calvo, el ex CEO de Liderman. La flota de drones que prepara cumple con los requisitos que le pidió la minera: mayor autonomía de vuelo, y posibilidades de control a distancia y automatización. Pero el nivel alcanzado es superior: el equipo de Abarca —que trabaja en el Centro de Tecnologías Avanzadas de Manufactura (CETAM) de la PUCP— ha perfeccionado la función Return to home de los drones comerciales y le ha dado precisión: al volver, el dron no se estacionará en un radio de varios metros a la redonda del punto de partida, sino en el lugar exacto que se le indique. Esto le dará la posibilidad a Antamina de construir pequeños hangares para sus drones, en donde estos puedan recargarse y protegerse de las condiciones climáticas adversas hasta su siguiente vuelo.

Los nuevos drones podrán seguir rutas predeterminadas y sus hangares incluirán una pequeña estación meteorológica: un pluviómetro (para detectar las lluvias), un medidor de viento y un sensor del espectro electromagnético (para las tormentas). “Los sistemas existen de manera aislada. El reto es integrarlos y que, con la información que recaben, el sistema decida si el dron puede realizar un vuelo o no”, explica Estrada. Antamina ha solicitado que, en su siguiente versión, los drones tengan capacidad de visión nocturna a través de lámparas infrarrojas, y la posibilidad de uso de video analytics para el procesamiento de las imágenes y el feedbackautomático. Pero las aspiraciones —destaca Del Valle— pueden ser infinitas: “Hoy basamos nuestras expectativas en lo que existe hoy. Pero no sabemos lo qué existirá en un año. Eso, no saber hasta dónde podemos llegar —o, dicho de otro modo, pensar que el cielo es el límite— emociona a cualquiera”.


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